8 de Noviembre y yo despertaba con las mañanitas telefónicas de mi parcero Adrián quien me invitaba almuerzo de mediodia. Era mi cumpleaños. Yo estimaba pasarlo sin celebraciones grandilocuentes, ni fiestongas entre cooperantes internacionales, ni menos amistades que me dieran una sorpresa para tomar desayuno a las 5 de la madrugada tocando flautas y pitos. Preferí la absoluta tranquilidad dentro del bullicio del Centro Histórico de San Salvador, Adrián y Calín me invitaron un almuerzo Mexicano, en un restorancillo cerca de la iglesia “la Luz del Mundo” esa Iglesia que de noche parece discoteca, esa de neón surrealista, donde cada atardecer un batallón evangelístico se reúne al final de la jornada, ahí donde las mujeres cargan un velo blanco sobre la cabeza tejido al croché y agregarle un poco más de peso para agacharlas a fuerza, ahí donde los hombres ocupan las bancas de la izquierda y las mujeres a la derecha; gran confusión para las locas y travestis, preguntándose, donde mierda poder afincar el poto para escuchar las diatribas de algún pastorcito que comiendo, bebiendo y traficando, vive sin problemas con los diezmos inocentones de almas que buscan salvación eterna, en un país de incertidumbre ‘vivendis’. Frente a ese lugar de Fe esta el restorán escogido por mis amigos, un bonito lugar, llenito de objetos mexicas, mayas, tótem, mesita bien adornadas con manteles coloricos, pequeño, encantador y con música ad-hoc, la comida exquisita. El detalle de esta mara mía, oriundos de la capital, salvatruchanos de corazón, de clase medio pelo pa’ rriba, de colegio y universidad, fue un bonito regalo, una divertida conversa y una comilona de aquellas. Con ese gesto, la celebración cumpleañera ya estaba más que ritualizada.
Luego, en mi trabajo, frente a la computadora, me acordé que el periódico digital “El Faro” tiene una nueva sección llamada “Guía Cultural y de Entretenimiento” y la envía a los correos de sus suscriptores, cada quince días, informando de los espacios más institucionalizados donde la “Cultura” salvadoreña instala su discurso. Por ahí oferta, espectáculos de danza, piezas teatreras, muchas de ellas en el teatro privado de la oligarca familia Poma, sala ubicada al interior de un centro comercial. También promocionan los recitales rockeros, raperos, skateros, regeros, salseros (nunca regetoneros) de la familia musical underground en La Luna Casa Arte, o las eternísimas actividades de la Cooperación Española a través del Centro Cultural de España. ¡¡Y como no¡¡ también las actividades del MUNA el famoso Museo Nacional de Antropología, por cierto todos estos lugares quedan en la zona alta de la ciudad, con respecto al Centro Histórico, zonas donde los buses pasan tarde mal y nunca y los taxis cobran en la medida que las luces son más bonitas y las calles más limpias, los rostros más cheles (blancos) y las vestimentas de centro comercial con marca a la vista son el medioambiente clasista que le da el toque de “otro El Salvador”, ahí donde vive cierta clase media y los ricos también, por supuesto que el bajerío salvadoreño o sea más del 60% no va a esos lugares de exposición cultural, menos pasadas las 8 de la noche, cuando ya no corren los buses públicos y con el puro taxi ida y vuelta comen una semana y tal vez la semana y media, para eso hay que tener auto o pisto para pagar la Alta Cultura y el Roce Social disque Metropolitano.
De vez en cuando, de cuando en vez, aparece en el itinerario de la cartelera cultural, el histórico Teatro Nacional en pleno centro de la Capital donde el pueblo sencillo, donde el vagabundeo, donde las putas y reputos, donde el borracherío colindante, donde la venta ambulante a pura subsistencia, colman su rededor, pero nunca dentro, nunca en primerísima fila, nunca con invitación en mano, ese Teatro Nacional que después de embellecerlo recobrando su fachada de estilo semi barroco, le ponen guardia policial cuando hay un necesario evento de las Bellas Artes y el cuiquerío, la gente fresa, la alta alcurnia diplomática, baja al centro de la ciudad con un pañuelo en las narices, como una vez vi salir del teatro a una vieja babosa, con pelo fucsia y traje Coco Channel que hacía asco del entorno, sostenía su blanco pañuelo en su boca asqueada, mientras se apuraba para subir a su carro y decirle a Jaime apurÁte, salgamos rápido y así emprender rumbo al más allá, al más arriba. Pero yo en esta investigación de cooperante con más recursos que el común salvatrucho y la necesidad de una conversa con citas de autores franceses, españoles, gringos, alemanes, cómo no ir a ‘rosearme’ con la intelectualidad antropomorfa salvadoreña y extranjera. Por eso me acordé que se inauguraba un Congreso de Arqueología Centroamericana en el MUNA, como anunciaba la cartelera cultural de “El Faro”. Que presentarían un libro de un-tal-no-se-quién ¡¡y más ná mi pana¡¡, le dije al Adrián, “vamos, total tu papá te prestó el auto le ponemos unos dolarcillos de gas y seguro hay un cóctel y cerramos mi cumpleaños casi como si fuera mi propia fiesta en los salones del Museo de Antropología, capaz y tocan vals”: decía yo en mi arrebato de niño intelectual de cumpleaños, como corresponde ¿por qué no?, como Etnógrafo innato es mi lugar ¡¡claro que yes¡¡. Adrián accedió motivado por la movida cultural, o tal vez alguna acción performática que sucediera en el centro mismo del arte antropológico, tal vez interesantes conversaciones sobre el devenir centroamericano en su colorido cultural, una que otra copa y nuestro destino socialité asegurado. ¿Pero si antes nos tomamos unas chelas en la Dalia? le propongo caprichoso y cumpleañero ¡¡hecho¡¡ me respondió sin titubeos. Estábamos a la vuelta de tal lugar, en pleno centro de la capital.
La Dalia esta en el portal del mismo nombre, es decir, el billar que está en el segundo piso de ese portal es conocido por La Dalia, un chupadero con clase, donde los viejos más históricos que el Ángel de la Libertad que les guacha, desde el centro del Parque “Libertad sin nombre”, se juegan sus partidas diariamente. Ahí, frente al parquecito que me ha visto pasear durante tres años esta Capital y su Centro abandonado por la Clase Política, por la Alta Cultura, por el Municipio, y repoblado por las ventas ambulantes, por las pornografías de la pobreza, por el eterno deambular de negocios bajo cuerda, por donde la propia gente se ha construido su estar, su pasar, su mercadear. Por ahí, por donde están las chicas diurnas, que venden lo que les va quedando de cuerpo castigado, a todo sol, o los chicos de jeans ajustados, esperando algún vejete que les haga el paro. En esos contornos, la Dalia es un espectáculo de edificación de principios del 900, se entra al costado, entremedio de una barbería, por un pasillo hediondo a meao, que le recibe a uno como bofetada antes de pisar su primer peldaño de una escalera encementada con baranda de madera fina pero envejecida, corroída por el tiempo, borrada de su natural caoba victoriano por decir la impresión, cuando subí por primera vez, casí aristocrático en mi caminar mientras su forma de caracol me eleva por escalones que se convierten en recuerdo insistente del 777 en la Alameda de Las Delicias en Santiago de Chile, cuando a finales de los 80 y mediados de los 90 se dieron cita los grandes debates de la contracultura nacional, la literatura, la memoria dictatorial, el teatro, el arte, la política contingente, el cine, y también el perraje que íbamos llegando, junto con los punkis, los trasher y la asociación de sordomudos fumando mariguana en el baño, la organización de gays lesbianas y travestis históricas y comprometidas, a instalar discursos de(sde) el margen institucional, así recuerdo esos gratos momentos con mis amigas y amigos, grandes personajes de mi biografía de esos noventa llenos de esperanza democrática chilena.
Ahora en El Salvador, espectador privilegiado del primer gobierno de la izquierda del FMLN en su historia, subía presto hacía la Dalia, donde luego de pasar su sala de estar y baños olientes, aparece el salón principal que por un costado luce su brillante barra curvada, y sus sillas altas de plástico setentero, una antigua caja registradora, un estante con dos o tres pilsener y una cafetera. Ladeándose en la barra se aprecia el resto del local, rockola al gusto, chelas por dólar y un señor parecido a Tintan, que pasando y pasando billete y botella atiende con tres dientes a la vista. Al centro, una tarima de espectáculos pasados, hoy es ocupada por mesas de juegos, para las cartas, el cacho, y por la parte más baja, rodeando todo el salón, unas seis mesas de pool, el famoso billar de la Dalia, lleno de viejos y algunos jovenzuelos, caminando alrededor de sus mesas, pensativos, mirando la posición de las bolas y su numerología, agachándose, parándose, ladeándose, armando un mapa mental de la cuadratura geométrica de la mesa de billar, sus bolas, y las direcciones de sus respectivos hoyos, aplicándole la física, agarrando el palo, lustrando su punta con tiza pa’ la firmeza y dando golpes de tacón, para ser reconocidos como los mejores jugadores de todo El Salvador, la representación patriarcal de tal juego es evidente, aun no veo en ningún billar del centro jugar mujeres. ¿Y vos sabis jugar billar Adrián? “Si claro, pero no soy tan bueno pero si, mira, por ejemplo ellos están jugando New York.” Mish, dije, si hasta en el juego del billar se refleja la cercanía agringada del norte, lo que es yo no me puedo esta babosada, rajaría el paño y quedaría la cagá, pero algún día aprenderé Adrián te lo aseguro. “Ah pero mira, acerquémonos a los balcones” me propone entusiasta. Los balcones de la Dalia son preciosos, desde ahí, se puede apreciar como cae la tarde sobre la ciudad, al ritmo de la rockola, con música de los Temerarios, con una chela en la mano y un cigarro en la otra, el espectáculo es de una belleza exquisita, un momento de placer para observar la circulación local de cuerpos, desde la altura, la plaza pública llena de gentes, la doña con maquillaje hasta el cogote en sus cerca de 50 años, teje a croché unas bolsita bob marley, sus boinas negras tipo Che pero en lana, ¡¡y con el calor que hace¡¡, ella en su microemprendimiento vende dulces, chicles, cigarros sueltos, agua en bolsas, y gaseosas ‘salva cola’. Más allá, casi al centro de la plaza, cerca del Angel de la Libertad, se divisan los guitarrones de los ‘maistros’ bigote de cepillo para zapatos, que van por los chupaderos tocando música llorona centroamericana, cantando y pidiendo monedas, así guitarra, guitarrón y bandoneón en mano forman una propia banda, una propia mara pandillera de la música que recorre el centro de la ciudad pidiendo su renta musical. Al frente, en el otro portal, en los bajos, los lustra zapatos hacen lo suyo. Cuando me pongo mis zapatos cuero e’ lagarto, paso y por un dólar la Claudia, una lesbiana de amplio cinturón ninja, me deja los zapatos como espejos, mientras conversamos de la vida y las noticias del diario. Una vez me contó que a uno de los músicos, lo habían atropellado porque salió de un chupadero muy a verga, iba pedo de borracho y el auto pasó enviando el cuerpo tambaleante del músico como a tres metros y luego se dio a la fuga, nadie vio nada, lo que si se vio fue a la numerosa familia llorando en el hospital público esperando la muerte de este señor con 9 hijos a los que le juntaba pa las tortillas diarias con su canturreo. La Clau, me tira un escupo en el zapato le hace la última pasada de paño y ya estamos, “un dólar mi niño”.
Historias como estas y otras por montón se me venían a la memoria, mientras compartía esa chela con Adrián, observando desde los balcones panópticos de ese histórico portal, las calles colmadas de un centro que cayó en desgracia luego de terremotos e intensas luchas populares de guerra civil. Con un grito sorpresa Adrian interrumpe mi nostalgia extranjerizada diciendo “mira maje, el letrero del Cine Libertad”. El cine está abandonado, ese letrero, otrora neón, se vería tan bonito remodelado, podría ser un teatro y cine popular, pensabamos, mientras a la vista hay tanto edificio abandonado, tanta casona antigua a punto del derrumbe, acá en este Centro donde el maquillaje de las Políticas Culturales del Gobierno, aún no pone mano, no lo hizo con la mano derecha ni con la “izquierda” ahora en el poder que sigue escuchando en mp3 el “venceremos” y nada más.
En ese vistazo con Adrián, íbamos inventando nuevas fotos, otras narrativas, inventando entrevistas, escribiendo verbalmente nuestros diarios de campo, haciendo libros de fotos y textos, para mostrar evidentes, videntes y vivientes a estos cuerpos sin nombre, sin rostro, que ocupan su espacio público, que formulan su propia ciudadanía en la otredad cultural/comercial/prostibular y que cuando por alguna razón potente como el Bicentenario el Presidente Funes baja de Casa Presidencial en los altos de la Escalón a poner ofrendas florales, cierran las plazas públicas, se les expulsa de su paraíso al bajerío salvatrucho, pues las plazas que rodean el Centro Histórico, tienen rejas, rejas bajas que a veces ni se notan pero se cierran, echan candado, son plazas públicas enrejadas y todo mundo fuera a cuatro cuadras a la redonda, desocupan de humanidad la zona por lo menos dos días antes y así forman una periferia a pura fuerza milica y policial, blanqueando el Centro del lupanar para tapar la pobreza, como lo hicieron cuando Obama fue a visitar el sepulcro de Monseñor Romero, en la Plaza Barrios, en la Catedrál, ni los curas pudieron asomar sus ‘hábitos’ ni los putos sus ‘tráficos’. Desde estas alturas céntricas con mi chero, íbamos detonando las fantasías por la reconstrucción, imaginando soñadores en cómo hacer tantas cosas con las biografías ahí presentes, biografías Nahualt dentro de un tiánguez populoso, lleno, repleto, misterioso, entre la venta de comidas, frutas y verduras, ropas, artículos chinos, Guadalupes de plástico, cd’s y dvd’s pirateados, Adidas que se convierten en Adudas, en Zara con S, en fin en lo que Sarló, Barbero, Monsivaís, Lemebel, Canclini y otras/os escritores y cientistas sociales describen como la “Cultura Popular Latinoamericana”, así soñando en nuestro propio Popul Vuh, nos mandamos el último concho de chela y nos dimos cuenta de que estábamos atrasados y que había que cruzar a toda prisa la ciudad y subir a los altos de la Zona Rosa, por allá por la Escalón, por donde están los organismos internacionales, las ong’s, las embajadas, sobre todo la de Estados Unidos la construcción más grande de latinoamérica, “curioso” para el país más pequeño de la región. Debíamos apurarnos para alcanzar a escuchar algo de la presentación. Enrumbamos raudos hasta dar con el famoso MUNA, ya no recordaba si decía a las 8 o a las 9, la invitación virtual del Faro, pero eran las 8:40, y llegamos, y como con la chela da hambre Adrián siempre listo se le ocurre sacar un pan dulce de su bolso Mafalda, lo partimos a la mitad y lo comimos mientras salíamos del estacionamiento del Museo, el pan era tan extraño, pues se pegaba en el paladar, estábamos atosigados por la masa y no podíamos ni hablar, en un momento pensé que me podía ahogar, sobre todo cuando comenzamos a reir sin parar porque ninguno de los dos podía hablar, y ni agua teníamos, así nos fuimos dentro del Museo, entre risa y apuro, inmediatamente sentí que ciertas alarmas se activaron, no sé porque razón en ese momento los guardias privados comenzaron a caminar más rápido por los contornos del patio del museo, nos dirigimos al final, hacia la puerta principal, al pasar, me percato que el Secretario de Cultura de la Presidencia, estaba sentado en una mesita exterior tomando un café y escribiendo en su Blackberry, él acostumbra a estar muy conectado a las redes sociales, lo sé porque hasta yo lo tengo en mi facebook y siempre sube fotos de actividades sociales, inauguraciones, bailes folck de pueblos al interior, para ir celebrando el bicentenario todo el año y más. A medio terminar el pan y muertos de risa, le preguntamos a un guardia donde era el evento, el tipo vestido a lo yanqui security, tosco, bruto y con la mano en su arma, nos pregunta con voz de viejo enojón ¿Cuál evento?, bueno uno de arqueología, “es en el salón de la entrada”, nos dice con amargura eterna, nos devolvimos con Adrián hasta el primer salón, a la pasada, seguía el Secretario de Estado, escribiendo más rápido que mecanógrafa de fiscalía. Yo dije, bueno vino a la inauguración y a la presentación del libro y se aburrió, o estará chateando con el presidente Funes, a ‘Javer’, entramos a la sala, habían unas 80 personas, todas muy estilosas, vestidas de traje, parecía matrimonio, siempre tuve el prejuicio que en estos encuentros de las ciencias sociales se vestía un poco más de etnoropa y esto parecía recepción oficial de la embajada de Estados Unidos, bueno estando dentro, nos sentamos al final, por supuesto, no pasaron ni 10 minutos y dieron por cerrado el acto de inauguración, el moderador con voz de locutor de radio FM, dio el calendario para los dos días siguientes de debate Arqueológico, algo así como logros y desafíos de la Arqueología Centroamericana, mesas, foros, libros, y tal vez alguna que otra muestra de hallazgo dije yo, pensando en la excavación profunda, ética y política de la arqueología centroamericana en tierras de guerra dolor y entierros, donde verdaderos cementerios clandestinos producto de la represión, se esparcen en la región. El hombre de voz fingida, termina su calendario oral y dice, les invitamos a un cóctel en el salón principal. A bueno, seguro acá se suma el señor Secretario, y vamos toitos saliendo. Pero el ambiente ya estaba enrarecido para nosotros. Uno que le lleva eventos en el cuerpo, sabe cuando la guardia de la CIA al pedo, le ha echado el ojo. En el rejunte de públicos me encontré con una antropóloga que conocí hace tiempo y que trabaja en una organización con jóvenes, ella muy encantadora, nos saludamos, conversamos unos minutos, la acompañaba un tipo muy amable, bien trajeado, corbata y zapatos lustraditos. Adrián también se encontró con alguien conocido. Ya estábamos en ambiente. Y así entre ese selecto público con caras de interés por el devenir cultural centroamericano, vamos avanzando en tropel hacia el festín. Que bonita escena para mi cumpleaños pensaba todo emocionado. En eso, se nos viene encima, todo el sistema de seguridad, estaban en alerta máxima, dos por los costados, otros en medio de la gente, divise como el panzón alto se me abalanza encima, me agarra por los hombros y lo secundaba otro guardia que agarró de la misma forma al Adrián ustedes vengan con nosotros, ¡¡y a usted que le pasa¡¡, Adrián pataleaba tras mío hasta soltarse del security y yo explíqueme que pasa “ustedes no pueden pasar tienen que retirarse en este momento pues vamos a llamar a la policía” pero que le pasa a usted le digo frente a frente, me dice “usted está en estado de ebriedad” claro pues, entre la chela y la risa, resultábamos bichos raros en el espectáculo diplomático, tampoco andábamos borrachos pero la falta de traje fino y el divertimento en funeral académico hizo la diferencia y yo que parezco más pandillero que el ‘viejo lin’, entonces ni modo, cuando busco complicidad con esta antropóloga de la UTEC, ella sólo se encogió de hombros, algo asombrada y asustada, y el acompañante me da la mano para despedirse y me dice así es acá, en un segundo me di cuenta que todo ese ganado que participaba de esa ridícula ficción cultural era de la misma calaña, una vieja cogote de pollo, miró con terror la escena y agarró su cartera, un viejo con pinta de catedrático violador, tomo a su dama de compañía para protegerla del alboroto que fue en medio de toda la concurrencia, tal vez algunos pensaron que nos habían sorprendido tratando de robar alguna joya del imperio maya, una punta de flecha Protomaya, una vasija adornadas en el Preclásico Medio Maya, Medio China, una diadema de la princesa caballero o tal vez sencillamente que estábamos cartereando, timando o cobrando renta al interior del Museo Nacional de Antropología, “por eso este país está como está, porque nadie se atreve a decir nada todos pasan y pasan como si nada sucediera”, dije en voz alta, mientras la concurrencia se arrimaba al coctel y el Secretario de Cultura seguía interactuando en la virtualidad misma. “si no abandonan el reciento en este momento la policía los llevará detenidos”. Miré a mi alrededor y ni siquiera me dieron ganas de sacar mis credenciales de Cooperante Internacional, menos decir que era mi fiesta de cumpleaños en el MUNA, ni mi Chilenidad tan apreciada por el respaldo del Chicho Allende y la Violeta Parra, Neruda y la Mistral, pero acá parecían más fans de Pinochet. Ni gusto me dio en seguir la huella de ese grupo arqueológico, que con su silencio avalaba la represión de una exagerada seguridad que recuerda tiempos de dictadura más que de democracia cultural, esos “colegas” que seguro entre copas y conversas comentarán de sus últimos hallazgos, sus excavaciones en Guatemala, Honduras y El Salvador, para seguir indagando la Cultura Maya, su calendario que ya acaba un ciclo, olfateando cómo productivizar el turismo de fin de mundo y ganar algún proyecto gubernamental por internet, seguro más de alguno de ellos, recordará en su escaso trabajo de terreno, alguna excavación y al encontrarse con restos humanos, le habrá latido el corazón a mil, pensando que ganaba el Nobel al encontrarse a la Nueva Evita Maya del propio Popol Vuh, a pata pela y con adornos en oro profundo, y cuando se dio cuenta que las osamentas eran tan recientes como la guerra, le hecho más tierra para no hacerse problema y seguir caminando por el rumbo académico que hoy le lleva en la fila ciega rumbo a un coctél con vino chileno y canapés con carne de cerdo.
Con desgano nos subimos al auto y nos fuimos con Adrián. Cierto silencio se apoderó de nosotros, no hallábamos que decir, cómo explicar esta situación, salimos del Museo, ya sin humor y sin risas. Abrí la ventana del auto para que entrara aire, para respirar un rato y sacarme la rabia y el asco. Mi chero puso un cd de música electrónica. Sin dudarlo, le dije, “sabís que Adrián, quiero aprender a jugar Billar te tinca”, a mi amigo le volvió su risa notable y con ánimo renovado me dijo: ¡¡démosle pués, pero apostemos chelas¡¡. A la Dalia los pasajes.
Etnomini/as Salvatruchas 2011